Unas Navidades, los Reyes Magos me regalaron un maletín de pinturas al óleo, con pinceles y una tabla entelada para pintar. Lo acogí con muchísima ilusión y esa misma tarde ya estaba liado con los colores, la paleta, el aguarrás… Empecé a pintar un paisaje de una postal y el resultado fue muy pobre. No sabía esperar y todo se me volvió gris verdoso. El gris verdoso es bonito si le cortejan otros colores, pero por sí mismo es un indigente. Para tranquilizar mi conciencia me consolaba a mí mismo diciéndome que aún estaba en la mancha, aunque lo cierto era que, aquella tabla, era un lodazal, y lo aparqué.
Los humanos necesitamos las excusas para esconder nuestras frustraciones y congelarlas en respuestas automáticas ante los demás. No hablo de auto engañarse, porque pienso que llegar a eso de manera radical es difícil; lo que falta es humildad y no admitir que somos limitados. Esta situación puede durar indefinidamente hasta que llega uno y te desenchufa el frigorífico.
Y justo esto es lo que me pasó una tarde con mi tío Ignacio; cuando al darle por segunda vez la respuesta de “todavía está en la mancha”, me derrumbó todo el sistema con la pregunta: “¿y cuándo vas a salir de la mancha?”. Aún resuena a veces en mis oídos esa frase cuando no logro alcanzar lo que espero.
La mancha de un cuadro es carraspear antes de un brindis, “¿y cuándo vas a salir de la mancha?”, “¿y cuándo vas a pintar?”, “¿y cuándo vas a fabricar auténticas máquinas de crear sensaciones?”… Yo que sé.
Aplicar sólo y exclusivamente el razonamiento lógico a la acción de pintar, es absurdo. Ningún pintor, cuando comienza un cuadro tiene la imagen del resultado final. En el proceso, se escapan a la razón muchos aspectos y es la intuición del artista la que se impone. Mucha gente confunde la intuición con lo irracional, de ahí viene el tópico del artista loco o de la locura como motor creativo; la intuición es otra manera de conocer, es un atajo. Las mujeres tienen mayor intuición que los hombres: cuando llegaba a casa con mala cara, mientras mi padre me hacía preguntas para saber qué es lo que me había ocurrido, mi madre, con mirarme a los ojos, ya lo sabía.
Evidentemente, no tengo nada en contra de la razón, pero está claro que existen situaciones en la vida que el razonamiento lógico nunca resolverá y se estrellará una y mil veces sin ver la luz. Cada mañana cuando hago la cama me golpeo la espinilla con la mesita de noche; lo lógico es que para pasar entre la cama y la mesita lo primero que hay que hacer es apartar un poco la mesita para crear espacio. Pues no hay manera. Algo parecido ocurre con las cajas de medicina: por mucho que intentes recordar, siempre las abrirás por el lado en el que el prospecto cubre las pastillas.